lunes, 12 de noviembre de 2012

Páginas 315-324

En estas páginas recorremos una extensa descripción de Robert de Saint-Loup, de quien se nos advierte casi enseguida que:
Por su distinción, su impertinencia de joven "león", por su extraordinaria belleza sobre todo, algunos le veían incluso un aire afeminado, pero sin reprochárselo, pues conocían su virilidad y la pasión que sentía por las mujeres. (p.315)
El tema de la homosexualidad de Robert aparecerá mucho más adelante, como confirmando este rumor inicial. Pronto se encontrarán el narrador y Saint-Loup:
¡Qué decepción experimenté los días siguientes, cuando, siempre que lo encontré fuera o en el hotel (...) pude darme cuenta de que no intentaba acercársenos y vi que no nos saludaba, aunque no podía ignorar que éramos los amigos de su tía! Y, recordando la amabilidad que me habían mostrado la Sra. de Villeparisis y, antes que ella, el Sr. de Norpois, pensé que tal vez éstos fueran tan sólo unos nobles de mentirijillas y que un artículo secreto de las leyes que rigen la aristocracía debía de permitir tal vez a las mujeres y a ciertos diplomáticos renunciar -en sus relaciónes con los plebeyos y por una razón que se me escapaba- a la altivez que, en cambio, debía ejercer, despiadado, un joven marqués (...)  La propia Sra. de Villeparisis añadió, aunque indirectamente, una confirmación de los rasgos esenciales, ya indudables para mí, del caracter de su sobrino, un día en que me los encontré a los dos en un camino tan estrecho, que no pudo por menos de presentarme a su sobrino. Aquel joven pareció oír que le citaban el nombre de alguien, pues ningún músculo de su rostro se movió; sus ojos, en los que no brilló ni la más débil vislumbre de simpatía humana, mostraron simplemente en la insensibilidad, en la inanidad, de la mirada una exageración por defecto sin la cual nada los habría diferenciado de espejos sin vida. Después, tras clavar en mí aquellos duros ojos, como si hubiese querido informarse sobre mí, antes de devolverme el saludo, alargó cuan largo era el brazo mediante un brusco arranque -que más pareció debido a un reflejo muscular que a un acto de voluntad y creó entre él y yo el mayor intervalo posible- y me tendió la mano, a distancia. Cuando, el día siguiente, me pasaron su tarjeta, creí que era al menos para un duelo. Pero sólo me habló de literatura y, después de una larga charla, declaró que deseaba ardientemente verme varias horas todos los días. (pp.316-317)
Comienza así una rutina de charlas y paseos con Saint-Loup, en cuya narración nos enteramos de detalles de su vida del marqués, del carácter de su padre, de sus opiniones políticas y literarias.
No tardamos en convenir él y yo en que habíamos llegado a ser grandes amigos para siempre y él hablaba de "nuestra amistad" como de algo importante y delicioso que existiese fuera de nosotros y que no tadó en considerar el mayor gozo (...) de su vida. Aquellas palabras me causaban como una tristeza y me sentía violento a la hora de responder a ellas, pues yo no experimentaba, al encontrarme y hablar con él -y segurament elo mismo habría ocurrido con cualquier otro-, nada parecido a ese gozo que, en cambio, podía sentir cuando carecía de compañero. A solas sentía afluir a veces desde lo más profundo de mi ser algunas de esas impresiones que me infundían un bienestar delicioso, pero, cuando me encontraba con alguien, en cuanto hablaba con un amigo, mi mente daba media vuelta y hacia ese interlocutor -y no hacía mí- dirigía sus pensamientos y, cuando seguían ese sentido inverso, no me procuraban el menor placer. (pp.321-322)
Otro personaje que reaparece en el hotel de Balbec es Bloch, el viejo amigo judío del narrador. Su entrada es especialmente graciosa:
Un día en que estábamos sentados en la arena, Saint-Loup y yo, oímos -procedentes de una tienda de tela junto a la que nos encontrábamos- imprecaciones contra el pulular de israelitas que infestaba Balbec. "No se pueden dar dos pasos sin toparse con ellos", decía la voz. "Yo no soy por principio irreductiblemente hostil a la nacionalidad israelita, pero aquí hay un aplétora. Oyes todo el rato: "Mira, Abraham, he visto a Jacob". Esto parefce la Rue d'Aboukir." El hombre que tronaba así contra Israel salió por fin de la tienda y alzamos la vista hacia aquel antisemita. era mi compañero Bloch. (p.324)

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