jueves, 15 de noviembre de 2012

Páginas 355-364

Los personajes de Bloch y su padre sirven a Proust para incorporar más capas de humor a su novela. Así, resulta especialmente gracioso leer la manera en que el narrador los describe y comenta sus dichos. El padre de Bloch, por ejemplo, dice conocer a Bergotte:
Yo mismo me dejé engañar y, por la forma como el Sr. Bloch me habló de Bergotte, creí también que era uno de sus viejos amigos. Ahora bien, el Sr. Bloch conocía a todas las personas célebres exclusivamente "sin conocerlas", por haberlas visto en el teatro, en los bulevares. Por lo demás, se imaginaba que su propia cara, su nombre, su personalidad no les eran desconocidos y que, al verlo, se veían con frecuencia obligados a contener un deseo furtivo de saludarlo. Los miembros de la alta sociedad -no por conocer, por recibir a cenar- a las personas de talento, originales, las comprenden. Pero, cuando hemos frecuentado un poco dicha sociedad, la necesidad de sus habitantes nos hace concebir un deseo demasiado intenso de vivir en los medios obscuros en los que se conoce exclusivamente "sin conocer" y atribuirles demasiada inteligencia. (pp.356-357).
 Poco después el Sr. Bloch humilla a su propio tío -que es quien paga el alquiler en Balbec-, y leemos de paso otra descripción por parte del narrador de sus costumbres:
Ahora bien, si el defecto de su hijo, es decir, lo que su hijo creía invisible a los demás, era la grosería, el del padre era la avaricia. Por eos, mandó servir en una garrafa -con el nombre de champán- un vinillo espumoso y -con el de butacas- había mandado comprar sillas de patio que costaban la mitad, milagrosamente convencido por la intervención divina de su defecto qu eni a la mesa ni en el teatro -donde todos los palcos estaban vacíos- advertimos la diferencia. Cuando el Sr. Bloch nos hubo dejado mojar los labios en copas lisas que su hijo decoraba con el nombre de "cráteras de flancos profundamente ahuecados", nos hizo admirar un cuadro que le gustaba tanto, que se lo llevaba consigo a Balbec. Nos dijo que era un Rubens. Saint-Loup le preguntó, ingenuo, si estaba firmado. El Sr. Bloch respondió -y, al hacerlo, enrojeció- que, para que cupiera en el marco había mandado cortar la firma, cosa que carecía de importancia, poes no quería venderlo (pp.363-364).
Poco después leemos las opiniones de Bloch sobre Charlus:
"...A propósito", preguntó a Saint-Loup, cuando estuvimos fuera (y yo temblé, pues comprendí en seguida que al Sr. de Charlus era al que se refería Bloch con tono irónico), "¿quién era ese excelente mamarracho vestido de obscuro con el que los vi pasear anteayer por la mañana en la playa?" "Mi tío", respondió Saint-Loup, ofendido. Por desgracia, una "plancha" distaba mucho de parecer a Bloch cosa que evitar. Se desternilló: "Enhorabuena, debería haberlo adivinado, tiene una excelente distinción y una impagable jeta de viejo chocho de la más alta alcurnia". "Te equivocas de medio a medio, es muy inteligente", replicó Saint-Loup, furioso. "Lo lamento, pues entonces es menos completo. Por lo demás, me gustaría mucho conocerlo, pues estoy seguro de que escribiría piezas impecables sobre tipos así. Ése es -al verlo pasar- para troncharse. Pero no insistiría en el aspecto caricatural, en el fondo bastante despreciable para un artista prendado de la belleza plástica de las frases, de la jeta, qu eme ha hecho -les ruego que me perdonen- desternillarme un buen rato y pondría de relieve el aspecto aristocrático de tu tío, que, en resumidas cuentas, causa un efecto colosal y, apgadas las primeras carcajadas, impresiona con un gran estilo..." (p.364)

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