viernes, 2 de noviembre de 2012

Páginas 225-234

Las primeras páginas de la segunda parte de A la sombra de las muchachas en flor -que en esta traducción reciben el título de "Nombres de país: el país"- introducen el tema del viaje del narrador a Balbec, con su abuela. La planificación se revela como especialmente compleja: la madre los acompañará en los primeros tramos del viaje, luego el narrador se adelantará y visitará -solo- la iglesia de Balbec para después encontrarse, en la playa, con su abuela.
Todo esto sucede dos años después del final del capítulo anterior; el enlace cronológico, de hecho, es clarísimo:
Cuando, dos años después, partí con mi abuela con destino a Balbec, había llegado a sentir una casi completa indiferencia para con Gilberte. Al sentir la fascinación de un rostro nuevo, al esperar conocer las catedrales góticas, los palacios y los jardines de Italia con ayuda de otra muchacha, me decía con tristeza que nuestro amor, en cuanto que lo es a cierta persona, tal vez no sea algo muy real... (p.225)
La bisagra, por llamarla de alguna manera, está clara: ya no siente amor por Gilberte (remitiendo al capítulo anterior) y se apresta a viajar a Balbec (el capítulo que ahora comienza). Es cierto que -y aquí hay un concepto recurrente en la novela- operan ciertas "intermitencias":
Sin embargo, en el momento de aquella partida para Balbec y durante los primeros tiempos de mi estancia, mi indiferencia era aún sólo intermitente. Muchas veces -como nuestra vida es tan poco cronológica, al inmiscuirse tantos anacronismos en la sucesión de los días- vivía en aquellos -anteriores a la víspera o a la antevíspera- en que amaba a Gilberte. Entonces, no verla más me resultaba doloroso, como si hubiera estado en aquel tiempo. El yo que la había amado, substituido ya casi enteramente por otro, resurgía, traído mucho más a menudo por una cosa fútil que por una importante. (p.225)
Un pasaje especialmente interesante surge como desarrollo de ese tema de las "intermitencias":
Ahora bien, los recuerdos amorosos no son una excepción de las leyes generales de la memoria, regidas, a su vez, por las -más generales- de la costumbre. Como ésta lo debilita todo, lo que mejor nos recuerda a una persona es precisamente lo que habíamos olvidado ( porque era insignificante y lo habíamos conservado, así, con toda su fuerza). Por eso, la mejor parte de nuestra memoria está fuera de nosotros, en una ráfaga lluviosa, en el olor a cerrado de una habitación o en el de una primera llamarada, donde quiera que recuperemos de nosotros mismos lo que nuestra inteligencia -por resultarle inútil- había desdeñado, la última reserva del pasado, la mejor, la que, cuando todas nuestras lágrimas parecen agotadas, sabe aún hacernos llorar. ¿Fuera de nosotros? En nosotros, mejor dicho, pero oculta a nuestras miradas... (p.226)
Es evidente la referencia al tema de la memoria involuntaria, además: "la mejor parte de nuestra memoria está fuera de nosotros, en una ráfaga lluviosa".
En el momento de partir, ante la complejidad de los planes, el narrador siente que extrañará a su madre.
Por primera vez sentía yo que era posible que mi madre viviese sin mí -y no para mí- en otra vida. Iba a vivir, por su parte, con mi padre, cuya existencia volvían un poco complicada y triste (...) mi mala salud y mi nerviosismo. Aquella separación me disgustaba más, porque probablemente fuera para mi madre -me decía- el fin de las sucesivas decepciones que yo le había causado, si bien ella no lo había traslucido, y después de las cuales había comprendido la dificultad de unas vacaciones en común (...) Apenas pude responder al empleado que quiso coger mi maleta. Mi madre -para consolarme- procuraba reucrrir a los medios que le parecían más eficaces. Consideraba inútil aparentar no ver mi pena, sino que bromeaba con cariño al respecto:
"Pero bueno, ¿qué dirá la iglesia de Balbec, si supiera que nos disponemos a ir a verla con esa expresión afligida? ¿Se puede ser así el viajero arrobado del que habla Ruskin? Por lo demás, voy a saber si has estado a la altura de las circunstancias: aún lejos seguiré estando con mi lobito. Mañana tendrás una carta de tu mamá" (pp.231-232)
El tema edípico -que podemos rastrear hasta el episodio de la lectura de los libros regalados por la abuela (Por el camino de Swann, páginas 40-49)- aparece aquí con claridad. El anhelo de poseer por completo a la madre (hasta el punto de que la tristeza y desesperación del narrador surgen por el hecho de que ha imaginado que su madre podría vivir al margen de él), la competencia con el padre, todo parece reclamar la interpretación freudiana. Es interesante aquí leer a Harold Bloom, en particular el capítulo de El canon occidental destinado a Proust; por ejemplo:
Freud es el rival de Proust, no su mestro, y la narración proustiana de los celos en muy personal. Aplicar el freudismo a Proust en el tema de los celos es tan reductor y engañoso como analizar la visión de la homosexualidad que aparece en La busca de una manera freudiana (El canon occidental, Anagrama, p.408).

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