Ante todo debo aclarar que estoy usando para este blog la edición de la editorial Debolsillo, traducida por Carlos Manzano. La versión que más he recorrido desde la primera vez que leí Por el camino de Swann ("Por la parte de Swann", propone esta traducción) es, sin embargo, la de Alianza, traducida por Pedro Salinas. Es inevitable que ciertas construcciones verbales permanezcan en la memoria y demanden el status de verdaderas o incluso únicas; al encontrar otras surge una sensación de extrañeza, muchas veces incluso de desagrado. El comienzo del libro traducido por Salinas, por ejemplo, "mucho tiempo he estado acostándome temprano", me parece considerablemente mejor que la opción de Manzano, "Durante mucho tiempo, me acosté temprano", que suena como una piedra empujada que falla en transmitir su movimiento a otra piedra. El original en francés, de hecho, tiene un ritmo diferente: "Longtemps, je me suis couché de bonne heure". No puedo evitar sentir que mi opción favorita -entre las tres- es la de Salinas.
A lo largo de las primeras diez páginas de Por el camino de Swann encontramos al narrador en la cama. Se nos ofrece una intrincada textura verbal que construye sus sensaciones ante la inminencia del sueño o ante un despertar repentino. A veces, leemos, tras un sueño especialmente profundo despertamos sin saber dónde estamos, sin saber, incluso, quienes somos. Aquí Proust parece hilar más fino -e ir más profundo- que cualquier otro narrador: su construcción de una consciencia es inigualable. Las palabras desmenuzan la sensación de ser, del yo, trasmutada (destruida y vuelta a reconstruir, como en un procedimiento alquímico) en palabras con las que comienza a erigirse la gran catedral de la memoria. A veces, sigue el narrador, desfilan ante nuestros ojos -en esas noches en que despertamos a deshoras- las habitaciones en las que hemos dormido en diferentes etapas de nuestra vida; escenas futuras de En busca del tiempo perdido son invocadas aquí, como si se ofreciera un pequeño modelo a escala de la novela.
Hace muchos años, cuando empecé a estudiar de cerca a Proust (luego dejé de hacerlo con esa concentración) con propósitos académicos, escribí una monografía sobre la cualidad "fractal" (el "modelo fractal", creo que lo llamé) de En busca del tiempo perdido. En los fractales, el mismo patrón (la misma complejidad) es construido en todas las escalas, de modo que cada parte incluye una imagen del todo; si seguimos la línea de comparación novela-catedral tan consagrada por la crítica (Malcolm Bowie, por ejemplo, en su excelente Proust entre las estrellas), las primeras páginas de Por el camino de Swann nos ubican a escasos metros de la puerta principal: estamos ante un gran edificio y, sorprendidos, encontramos que antes de ingresar podemos demorarnos un momento en contemplar un modelo a escala, una pequeña maqueta de esa gigantesca construcción que pretendemos explorar.
El comienzo de En busca... concentra tantos hallazgos y felicidades verbales que es fácil deslumbrarse o incluso saturarse, y seguir leyendo con los sentidos adormecidos. En esta relectura que comencé anoche, mi primera supernova verbal fue la frase "alcobas de verano en las que nos gusta estar unidos a la tibia noche" (Salinas traduce "cuartos estivales donde nos gusta no separarnos de la noche tibie", que, me parece, no resulta tan fascinante). Es inevitable no evocar noches del pasado (quizá con el aire cargado de electricidad estática, esa ilusión de que algo está por suceder, quiza, si no veraniegas, un poco más calurosas de lo esperable en la época del año en cuestión, esa ilusión de singularidad, de anomalía, de irrupción, incluso de extrañeza) en que se sintió que la vida estaba dispersa allí afuera, aguardando, y que si se estaba adentro de todas formas -con cierta resignación- se podía soñar un puente, una manera de seguir conectado.
También en estas diez primeras páginas se introduce una escena de la infancia del narrador: sus padres le habían regalado una linterna mágica, que proyectaba sobre las formas de su cuarto el relato de las desventuras de Genoveva de Brabante, una suerte -podemos pensar- de comic luminoso y aéreo.
Me parece que más que cómic luminoso, es un teatro de sombras... Muy buena iniciativa.
ResponderEliminarSaludos!
Sí, puede ser. Yo siempre me lo imaginé como una proyección más complicada, con colores y eso, pero seguramente sea como decís vos. Gracias por pasar y comentar!
ResponderEliminarEpa! Me gusta este proyecto y quería darte aliento a continuarlo hasta el final, aunque confieso que no lo seguiré porque quiero yo mismo leer En busca del tiempo perdido completo algún día.
ResponderEliminarLeí los dos primeros libros. El primero en una situación paradisíaca, de vacaciones en un balneario. Cuando promediaba el segundo tomo tuve que abandonar mis vacaciones con la noticia de que habían internado a mi padre. De modo que completé el segundo volumen en un pasillo de hospital, por las madrugadas, mientras acompañaba a mi padre enfermo. Luego la enfermedad se agravó bastante y ya no pude volver a concentrarme. Abandoné el libro hasta ahora.
Pero es un libro hermoso, y ya han pasado algunos años de todo eso.
En estas semanas he retomado el hábito de la lectura con un ejercicio algo parecido al que estás haciendo de Proust: leer al menos 50 minutos (por cronómetro) al día. Lo recomiendo a quienes pasen y lean esto, un consejo anónimo: háganlo, es un ejercicio excelente.
Y, si todo sigue así.... En busca del tiempo perdido..... tal vez el verano que viene......
Bueno, pero podés leer mi diario de los primeros dos tomos! Gracias por pasar y comentar, un abrazo.
ResponderEliminarA propósito, y desde lo que contás sobre tu lectura de Proust, creo que todos tenemos algo parecido a eso, a una anécdota de cómo y cuándo se empezó a leer "En busca del tiempo perdido". Eso pasa con pocos libros, quizá... quiero decir, la capacidad de recordar circunstancias y asociarlas a la lectura. Con otros libros quizá no valga la pena, pero con Proust todo parece tomar otro sentido...
Estuve pensando en mi propia lista, y hay unos cuantos libros extensos en varios volúmenes con los que sería interesante hacer el mismo ejercicio. Se me ocurre especialmente uno que es bastante desconocido a pesar de tratarse de un premio nobel de literatura: "Juan Cristóbal", de Romain Rolland, que es un libro en diez tomos. En este caso tendría un doble interés reseñarlo para ayudar a devolver al libro del olvido.
ResponderEliminarAbrazo!!
Buena idea. Es inevitable pensar en el Ulises (que es bastante más corto, igual) y en La Montaña Mágica o El Hombre sin Atributos... quizá terminado este proyecto haga lo mismo con estos otros libros.
ResponderEliminarOtro que sería interesante es el libro de Henry Darger "The Story of the Vivian Girls, in What is known as the Realms of the Unreal, of the Glandeco-Angelinian War Storm, Caused by the Child Slave Rebellion" ¡¡¡¡de más de 15000 páginas!!! Aunque hasta donde sé nunca ha sido publicado.
ResponderEliminarPor si no conocés su historia. Seguro habrá de interesarte:
http://en.wikipedia.org/wiki/Henry_Darger
Sí, la conozco. Vi incluso un documental -tristísimo- sobre su vida. Creo que no existe una publicación de la novela, como vos señalás.
ResponderEliminar"...creo que todos tenemos algo parecido a eso, a una anécdota de cómo y cuándo se empezó a leer "En busca del tiempo perdido". Eso pasa con pocos libros, quizá... quiero decir, la capacidad de recordar circunstancias y asociarlas a la lectura. Con otros libros quizá no valga la pena, pero con Proust todo parece tomar otro sentido..."
ResponderEliminarMe parece acertadísimo esto que comentás, Ramiro. Al menos yo lo siento igual. Mi propia anécdota de lectura proustiana también cobró forma de "proyecto", aunque con una extensión más acotada (me impresiona la dimensión de tu emprendimiento; como dijeron más arriba, ojalá lo completes).
Aquí los apuntes de aquella experiencia mía, sólo con el primer tomo:
http://elpezvolador.wordpress.com/2009/11/20/tiempo-recobrado-i/
Saludos!
Gracias por pasar, Martín!
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