Se nos habla del padre de Swann, amigo cercano del abuelo del narrador, y de su curiosa manera de reaccionar a la muerte de su esposa. Swann hijo "hereda" la amistad con la familia del narrador, y los visita asiduamente en la casa de Combray. A la vez, Swann está vinculado a la más alta aristocracia parisina, cosa que ignoran los padres y abuelos del narrador; la abuela, de hecho, descubre un día que una conocida suya -la señora de Villeparisis, de la que más adelante sabremos que es marquesa y tía de Charlus, otro de los grandes personajes de la novela- conoce a Swann y lo tiene en alta estima, presentándolo de paso como "amigo de sus sobrinos" (los futuros duque de Guermantes, barón de Charlus y condesa de Marsantes). Swann, entonces, aparece como un pequeño misterio; se lo describe como un hombre que rehuye las conversaciones "serias" o "profundas" (lo cual le hace merecer el menosprecio de las tías del narrador) y como una especie de tonto simpático, pero pronto aparecen los secretos de su vida social, de sus amistades, y el personaje -que había sido delineado hábilmente en pocas páginas- empieza a volverse más complejo, casi como si hiciera convivir dentro de sí dos elementos contradictorios que reclaman más páginas para su solución; así, el pequeño "segmento Swann" del primer capítulo del libro proliferará -en "Un amor de Swann- en una larga sección, una verdadera novela-dentro-de-la-novela.
En cuanto a la cronología, uno de los elementos más importantes de la sección "Combray" es que carece de pistas claras con respecto a la edad del narrador; su infancia aparece extendida sobre el espacio de la narrativa como el mapa de un estado mental, como una suma de tiempos. La verdadera linealidad de la novela aparece más adelante, pasada la adolescencia del narrador; el tiempo más tedioso, más minucioso, de los volúmenes tres y cuatro, aquí es remplazado por una suerte de atemporalidad, una pequeña eternidad que abarca múltiples capas del pasado.
Otro elemento interesante es que los hechos contados en las primeras páginas, es decir esa época -anterior al acto enunciador de la narrativa- en que el narrador "se acostaba temprano", tampoco pueden incorporarse fácilmente en una cronología. Los últimos años de la vida del narrador, entonces, están presentados dentro de la misma bruma que difumina los primeros. En busca del tiempo perdido, por tanto, puede ser representada como una complicada imagen circular de bordes muy desenfocados, que sólo va ganando precisión y definición en dirección a su centro.
La página 26 incluye este pasaje maravilloso:
Pero incluso desde el punto de vista de las cosas más insignificantes de la vida, no somos un todo materialmente construido, idéntico para todo el mundo y sobre el que cada cual pueda informarse como sobre un pliego de condiciones o sobre un testamento; nuestra personalidad social es una creación de los pensamientos de los demás.
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