Seguimos en la velada de la marquesa de Villeparisis. Y entre los invitados aparece, para sorpresa del narrador, nada más y nada menos que el señor Legrandin, quien había despotricado pocas páginas atrás sobre el negativo -a su entender- hábito del narrador de frecuentar salones (
pp.157-158).
Entró el visitante importuno y se dirigió derecho hacia la Sra. de Villeparisis con expresión ingenua y ferviente: era Legrandin.
"Le agradezco mucho que me reciba, señora", dijo, recalcando la palabra "mucho": "es un honor de una calidad muy poco común y sutil que hace usted a un viejo solitario, le aseguro que su repercusión...".
Se detuvo en seco al verme. (p.205)
El narrador intenta conversar con Legrandin, pero este "se mantenía constantemente lo más alejado posible" de él, "seguramente con la esperanza de que no oyera las lisonjas que con tan gran refinamiento expresivo no cesaba de prodigar a cada paso a la Sra. de Villeparisis" (p.207).
Otros invitados, de todas formas, intercambian sus opiniones sobre Legrandin:
Aprovechando que se había alejado, la Sra. de Guermantes lo indicó a su tía con una mirada irónica e inquisitiva.
"Es el Sr. Legrandin", dijo a media voz la Sra. de Villeparisis, "tiene una hermana que se llama Sra. de Cambremer, cosa que, por lo demás, debe de decirte tan poco como a mí."
"¡Cómo! Pero si la conozco perfectamente.", exclamó, al tiempo que se llevaba la mano a la boca, la Sra. de Guermantes. "O, mejor dicho, no la conozco, pero no sé por qué le ha dado a Basin, quien se encuentra Dios sabe dónde con el marido, por decir a esa gorda que venga a verme. No puedo decirte cómo fue su visita. Me contó que había ido a Londres, me enumeró todos los cuadros del British. Aquí, donde me ves, al salir de tu casa, voy a ir a dejar una tarjeta en casa de ese monstruo y no creas que es de las más felices, pues, con el pretexto de que está moribunda, siempre está en casa y tanto si vas a las siete de la tarde como a las nueva de la mañana está lista para ofrecerte tarta de fresas, pero, desde luego, es un monstruo, vamos (...) Es una persona imposible: dice "plumífero", en fin, cosas así". "¿Qué quiere decir "plumífero"?", preguntó la Sra. de Villeparisis a su sobrina. "¡Y yo qué sé!", exclamó la duquesa (...). "No quiero saber. Yo no hablo ese francés". Y, al ver que su tía no sabía en verdad lo que quería decir "plumífero" (...), dijo con media sonrisa que los restos del malhumor teatral reprimían: "Todo el mundo lo sabe: un "plumífero" es un escritor, alguien que sostiene una pluma pero es una palabra horrible. Es como para hacer que se te caigan las muelas del juicio. Jamás diría yo semejante cosa. O sea, ¡que es el hermano! No me había dado cuenta aún, pero en el fondo es comprensible. Ella tiene la misma humildad de alfombrilla de cama y los mismos recursos de biblioteca ambulante. Es tan zalamera como él y tan molesta. Empiezo a hacerme una idea bastante clara de esa similitud". (pp.207-208)
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