martes, 18 de diciembre de 2012

Páginas 149-158

Preocupado por su encuentro con Oriane (entre otras cosas), el narrador desarrolla problemas para conciliar el sueño:
...Antes de quedarme dormido, pensaba tanto rato en que no iba a poder lograrlo, que, aun dormido, me quedaba un poco de pensamiento. Era un simple fulgor en la obsrucidad casi total, pero bastaba para hacer que se reflejara en mi sueño, primero la idea de que no podría dormir y después el reflejo de ese reflejo, que durmiendo había sido como había tenido la idea de que no dormía, y luego, mediante una refracción nueva, mi despertar... a un nuevo sueño, en el que quería contar a unos amigos que habían entrado en mi cuarto que, antes, mientras dormía, había creído no dormir. Aquellas sombras eran apenas distinguibles: habría hecho falta una grande y muy vana delicadeza de percepción para captarlas. Así, más adelante, en Venecia, mucho después del ocaso, cuando parece que es totalmente de noche, vi (...) los reflejos de los palacios desplegados como por siempre jamás en terciopelo más negro sobre el gris crepuscular de las aguas. Uno de mis sueños era la síntesis de lo que mi imaginación había intentado con frecuencia representarse, durante la vigilia, de cierto paisaje marino y su pasado medieval. En mi sueño, yo veía una ciudad gótica en medio de un mar de olas inmovilizadas como en una vdiriera. un brazo de mar dividía en dos la ciudad; la verde agua se extendía a mis pies; bañaba en la ribera opuesta una iglesia oriental y después casas que existían ya en el siglo XIV, de tal modo que ir hacia ellas habría sido remontar el curso de los años. Me pareció haber tenido ya con frecuencia aquel sueño en el que la naturaleza había aprendido el arte, en el que el mar se había vuelto gótico, aquel sueño en el que yo deseaba, en el que creía, abordar lo imposible, pero, como lo que imaginamos al dormir tiene la virtud de multiplicarse en el pasado y parecer, aun siendo nuevo, familiar, creí haberme equivocado. Advertí, al contrario, que, en efecto, tenía a menudo ese sueño. (p.149)
Sobre la "enfermedad nerviosa" del narrador leemos también un poco más adelante:
¡Si, al menos, hubiera podido empezar a escribir! Pero, fueran cuales fuesen las condiciones (...) en las que abordara aquel proyecto -igual, ¡ay!, que el de no tomar más alcohol, acostarme temprano, dormir, cuidar la salud-, lo que siempre acababa resultando de mis esfuerzos era una página en blanco, virgen de toda escritura, ineluctable como esa carta obligada que en ciertos trucos acabamos sacando fatalmente, sea cual fuera la forma como hayamos barajado previamente. Yo no era otra cosa que el instrumento de unas costumbres -de no trabajar, no acostarme, no dormir- que debían realizarse a toda costa; si no les ofrecía resistencia, si me contentaba con el pretexto que sacaban de la primera circunstancia que les ofreciese aquel día para dejarlas actuar a su antojo, salía adelante sin demasiado perjuicio, descansaba unas horas, de todos modos, al final de la noche, leía un poco, no hacía demasiados excesos, pero, si quería contrarrestarlas, si pretendía meterme temprano en la cama, beber sólo agua, trabajar, se irritaban, recurrían a los grandes medios, me ponían del todo enfermo, me veía obligado a duplicar la dosis de alcohol, pasaba dos días sin meterme en la cama, ya no podía leer siquiera y me prometía otra vez ser más razonable, es decir, menos sensato, como una víctima que se deja robar por miedo a que, si se resiste, la asesinen. (pp.152-153)
A la vez, el asunto Dreyfus sigue ocupando un lugar de importancia en esta sección de la novela:
"No es nada amable, Oriane [dijo Saint-Loup], ya no es mi Oriane de otro tiempo, me la han cambiado. Te aseguro que no vale la pena que te intereses por ella. Le haces demasiado honor. ¿Quieres que te presente a mi prima Poictiers?", añadió, sin darse cuenta de que eso no podía darme el menor placer. "Ésa sí que es una joven inteligente y que te gustaría. Se casó con mi primo, el duque de Poictiers, que es un buen muchacho, pero un poco simple para ella. Le he hablado de ti. Me ha pedido que te lleve. Es mucho más hermosa que Oriane y más joven. Es una persona amable, verdad, estupenda." Eran expresiones reciente -y tanto más vehementemente- adoptadas por Robert y significaban que se trataba de una naturaleza delicada: "No te digo que sea dreyfusista, hay que tener en cuenta también su medio, pero, en fin, dice: "Si fuera inocente, ¡qué horror sería que estuviera en la isla del Diablo!". ¿Comprendes, verdad?" (p.150)
Ahora bien, mis padres concedían e inspiraban desde siempre a la Sra. Sazerat la estima más profunda, pero dicha señora era -única en su especie (...)- dreyfusista. Mi padre (...) estaba convencido de la culpabilidad de Dreyfus. Había mandado a paseo con mal humor a colegas que le habían solicitado su firma para una lista revisionista. Cuando se enteró de que yo había seguido una línea de conducta diferente, estuvo ocho días sin hablarme. Sus opiniones eran conocidas. Faltaba poco para que lo tacharan de nacionalista. En cuanto a mi abuela, a quien parecía que habría de inflamar -la única en mi familia- una duda generosa, cada vez que le hablaban de la posibilidad de que Dreyfus fuese inocente, cabeceaba de un modo cuyo significado no comprendíamos entonces y que era parecido al de una persona a la que van a molestar con pensamientos poco serios. (p.155-156)
En estas páginas también reaparece un viejo conocido nuestro: el entrañable y ridículo Legrandin:
"¡Ah! Usted por aquí", me dijo, "tan elegante, ¡y hasta con levita! Ése es un atuendo al que mi independencia no se acomodaría. Cierto es que usted debe de llevar una vida mundana, ¡hacer visitas! Para ir a soñar, como hago yo, ante cualquier tumba medio destruida, mi chalina y mi chaqueta no resultan fuera de lugar. Ya sabe usted que estimo la precisa calidad de su alma; con eso queda claro lo que lamento que vaya usted a renegar de ella ante los gentiles y, al ser capaz de permanecer un instante en la nauseabunda atmósfera, para mí irrespirable, de los salones, arroja usted contra su destino la condena del Profeta (...) En fin, pobre hijo mío, ¡si eso le divierte! Mientras vaya usted a un five o'clock, su viejo amigo será más feliz que usted, pues será el único en un arrabal que contemple ascender en el cielo violeta la luna osada. La verdad es que apenas pertenezco a esta Tierra, en la que me siento exiliado; es necesaria toda la fuerza de la ley de la gravitación para mantenerme en ella e impedir que me evada a otra esfera. (pp.157-158)

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