Todo el mundo se había acercado a la Sra. de Villeparisis para verla pintar.
"Estas flores son de un rosa en verdad celeste", dijo Legrandin, "quiero decir del color del cielo rosado, pues hay un rosa cielo, del mismo modo que hay un azul cielo, pero", murmuró para que sólo lo oyera la marquesa, "creo que me inclino, de todos modos, por el sedoso, por el rosicler vivo, de la copia que está usted haciendo. ¡Ah! Deja usted muy atrás a Pisanello y a Van Huysum, su herbario minucioso y muerto."Bloch, distraído, rompió un jarrón. Este pequeño incidente logra ofuscarlo por completo, hasta el punto que decide abandonar la velada:
Un artista, por modesto que sea, acepta siempre ser preferido a sus rivales y procura sólo ser justo con ellos.
"Lo que le inspira esa impresión es que ellos pintaban flores de aquella época, que ya no conocemos, pero tenían una gran sabiduría."
"¡Ah! Flores de aquella época, ¡qué ingenioso!", exclamó Legrandin. (p.219)
Bloch se levantó para marcharse. Había dicho bien alto que el incidente del jarrón derribado carecía de la menor importancia, pero lo que decía bajito era muy diferente, más aún de lo que pensaba: "Cuando no se tienen sirvientes con abstante estilo para saber colocar un jarrón sin peligro de empapar e incluso herir a los visitantes, es mejor dejarse de esos lujos", refunfuñaba bajito. Era de esas personas susceptibles y "nerviosas" que no pueden soportar haber cometido una torpeza, que no reconocen y les estropea el día. Estaba furioso y deprimido y no quería volver nunca más a la alta sociedad. Era el momento en que resulta necesario un poco de distracción. Por fortuna, al cabo de un segundo la Sra. de Villeparisis iba a retenerlo. Ya fuese porque conociera las opiniones de sus amigos y la ola de antisemitismo que empezaba a elevarse o por distracción, no lo había presentado a las personas que se encontraban allí. Sin embargo, él, poco acostumbrado a la alta sociedad, creyó que, al marcharse, debía saludarlas, por mundología, pero sin amabilidad; inclinó varias veces la frente, hundió su barbuda barbilla en su cuello duro, al tiempo que miraba sucesivamente a cada uno de los presentes por sus anteojos con expresión fría y descontenta, pero la Sra. de Villeparisis lo detuvo; debía hablarle aún del pequeño acto que se iba a celebrar en su casa y, por otra parte, no quería que se marchara sin haber tenido la satisfacción de conocer al Sr. de Norpois... (p.222)Cuando presentan a Bloch a Norpois, el narrador está presente.
"¿Tiene usted algo en marcha?", me preguntó el Sr. de Norpois con una señal de inteligencia, al mismo tiempo que me estrechaba la mano con cordialidad (...) "Me enseñó usted una obrita un poco alambicada en la que cortaba usted los cabellos en cuatro. Le di mi opinión con franqueza; lo que había hecho usted no valía la pena de que lo pusiera por escrito. ¿Nos prepara usted algo? Si no recuerdo mal, está usted apasionado por la obra de Bergotte." "¡Ah! No hable usted mal de Bergotte", exclamó la duquesa. "No discuto su talento de pintor, a nadie se le ocurriría, duquesa. Sabe grabar con buril o aguafuerte, ya que no bosquejar, como el Sr. Cherbuliez, una gran composición. Pero me parece que en nuestra época hay una confusión de géneros y que es más propio del novelista trabar una intriga y elevar los corazones que perfilar con punta seca un frontispicio o una viñeta." (p.228)
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