miércoles, 5 de diciembre de 2012

Páginas 19-28

Sigue el relato de la adaptación de Françoise al hotel de los Guermantes, en el que nos enteramos, además de más detalles de la personalidad de la amable señora.
Incluso cuando un proveedor o un sirviente venia a traernos un paquete, Françoise -al tiempo que aparentaba no ocuparse de él y se limitaba a indicarle con expresión distante una silla, mientras continuaba con su trabajo- aprovechaba tan hábilmente los instantes que aquél pasaba en la cocina esperando la respuesta de mi madre, que raras veces se marchaba sin la certeza, indestructiblemente grabada en él, de que "si no teníamos", era "porque no queríamos". Por lo demás, si tanto le interesaba propalar que teníamos dinero, que éramos ricos, no era porque la riqueza por sí sola, la riqueza sin la virtud, fuese para Françoise el bien supremo, pero la virtud sin la riqueza tampoco era su ideal. La riqueza era para ella como una condición necesaria de la virtud, a falta de la cual ésta carecía de mérito y encanto. Las separaba tan poco, que había acabado atribuyendo a cada una de ellas las cualidades de la otra, exigiendo cierto acomodo en la virtud, reconociendo algo edificante en la riqueza. (p.22)
En su conversación con los mandaderos descubre que uno de ellos conoce Combray y Méséglise; de inmediato se lanza a una catarata de elogios a su antigua patrona, la tía abuela del narrador:
...la Sra. Octave. ¡Ah! Una mujer muy santa, hijos míos, donde siempre había con qué y de lo mejorcito, una buena mujer, podés estar bien seguros, que, en punto a perdigones y faisanes, no le dolían prendas, que podías llegar a las cinco, a las seis, y no era carne lo que faltab aprecisamente y de primera calidad, además, y vino blanco y tinto, cuanto hiciese falta (...) Todo corría a su cargo, aunque la familia se quedara meses y años (...) ¡Ah! Os respondo que nadie se marchaba de allí con hambre. Como nos hizo ver muchas veces el señor cura, si hay una mujer que puede contar con ir junto a Dios Nuestro Señor, seguro y fijo que ha sido ella. Pobre señora, aún la oigo decirme con su vocecita: "Mire usted, Françoise, yo no como, pero quiero que esté tan bueno para todo el mundo como si yo comiese". Ya lo creo que no era para ella. Teníais que haberla visto, no pesaba más que un cucurucho de cerezas. No quería creerme, nunca iba al médico..." (p.27)


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