miércoles, 19 de diciembre de 2012

Páginas 159-168

Saint-Loup, acompañado por el narrador, viaja a un pueblo cercano a París, donde vive su amante:
Era un pueblo antiguo, con su vieja alcaldía tostada y áurea, delante de la cual tres grandes perales, a modo de cucañas y oriflamas, estaban graciosamente engalanados -como para una fiesta cívica y local- de raso blanco.
Robert nunca me habló con mayor ternura de su amiga que durante aquel trayecto. Sólo ella había echado raíces en su corazón: su futuro en el ejército, su situación social, su familia, no le resultaban, desde luego, indiferentes, pero nada contaban en comparación con los menores detalles relativos a su amante. Sólo eso tenía prestigio para él: infinitamente más que los Guermantes y todos los reyes de la Tierra. (p.159)
Cuando aparece la muchacha resulta que el narrador ya la conoce... y de un prostíbulo. La habíamos encontrado en A la sombra de las muchachas en flor, páginas 157-166.
De repente apareció Saint-Loup, acompañado de su amante, y entonces en aquella mujer que era para él todo el amor, todas las dulzuras posibles de la vida, cuya personalidad, misteriosamente encerrada en un cuerpo como en un tabernáculo, era el objeto sobre el que se ejercía sin cesar la imaginación de mi amigo, que nunca -sentía él- conocería, de la que se preguntaba perpetuamente qué era en sí misma, tras el velo de las miradas y la carne, reconocí al instante a "Rachel cuando del Señor", la que, unos años antes -las mujeres cambian tan aprisa de situación en ese mundo, cuando cambian- decía a la regenta: "Conque mañana por la noche, si me necesita para alguien, mándeme a buscar".
Cuando habían "ido a buscarla", en efecto, y se encontraba sola en el cuarto con ese alguien, sabía tan bien lo que querían de ella, que, tras haber cerrado con llave, por precaución de mujer prudente o como gesto ritual, empezaba a quitarse toda la ropa, como hacemos delante del doctor que va a auscultarnos, y no paraba a no ser que el "alguien", por no gustar de la desnudez, le dijera que podía dejarse la blusa, como ciertos facultativos que, por tener oído muy fino y temer que se resfríe su enfermo, se contentan con escuchar la respiración y los latidos del corazón a través de la ropa interior.  (pp.161-162)
De hecho, cuando están por regresar a París, el narrador, Saint-Loup y su amante se encuentran con unas chicas que también se desempeñan como damas de compañía y, además, conocen a Rachel:
...Rachel, quien caminaba a unos pasos de nosotros, fue reconocia e interpelada en la estación por unas vulgares "zorras" como ella y que, al principio, creyendo que iba sola, le gritaron: "¡Hombre, Rachel! Sube con nosotras, Lucienne y Germaine están en el vagón y precisamente hay sitio aún, ven, vamos a ir juntas al skating". Se disponían a presentarle a dos "horteras", sus amantes, que las acompañaban, cuando, ante la expresión ligeramente violenta de Rachel, alzaron con curiosidad la vista un poco más lejos, nos vieron y se despidieron excusándose y recibieron de ella una despedida también, un poco violenta pero amistosa. Eran dos pobres zorrillas con cuellos de falsa piel de nutria, con el aspecto que tenía, más o menos, Rachel cuando Saint-Loup la había visto por primera vez. (p.165)
El asunto Dreyfus también toca la relación de Saint-Loup con Rachel:
...Y se puso [Rache] a hacerme reproches sobre la familia de Robert, que me parecieron, por lo demás, muy acertados y a los que Saint-Loup, sin dejar de desobedecer a Rachel en lo relativo al champán, se adhirió enteramente. Yo, que tanto temía el vino por Saint-Loup y sentía la buena influencia de su amante, estaba totalmente dispuesto a aconsejarle que mandara a paseo a su familia. A la joven se le saltaron las lágrimas, porque cometía la imprudencia de hablar de Dreyfus.
"Pobre mártir", dijo, al tiempo que contenía un sollozo, "van a acabar con él allá."
"Tranquilízate, Zezette, volverá, será absuelto, reconocerán el error."
"Pero, ¡antes se habrá muerto! En fin, al menos sus hijos llevarán un nombre sin mácula, pero, 'lo que me mata es pensar en lo que debe de sufrir! ¿Y quieres creer que la madre de Robert, mujer piadosa, dice que debe quedarse en la isla del Diablo, aunque sea inocente? ¿No es un horror?"
"Sí, es absolutamente cierto, lo dice", aifrmó Robert. "Es mi madre, nada tengo que objetar, pero no cabe duda de que no tiene la sensibilidad de Zezette." (p.168)


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