lunes, 4 de febrero de 2013

Páginas 399-408

El narrador sigue redescubriendo a Albertine:
Cierto es que mis deseos de Balbec habían madurado tan bien el cuerpo de Albertine, habían acumulado en él sabores tan frescos y dulces, que, durante nuestro recorrido por el Bois -mientras el viento, como un jardinero cuidadoso, sacudía los árboles, hacía caer los frutos, barrí alas hojas muertas- yo me decía que, si hubiera cabido la posibilidad de que Saint-Loup se hubiese equivocado o yo hubiera entendi mal su carta y la cena con la Sra. de Setrmaria no llevara a nada, habría dado cita para la misma noche, muy tarde, a Albertine a fin de olvidar durante una hora puramente voluptuosa -teniendo en mis brazos el cuerpo cuyos encantos había imaginado, sopesado, mi curiosidad en otro tiempo y ahora sobreabundantes- las emociones y tal vez las tristezas de aquel comienzo de amor por la Sra. de Stermaria y, desde luego, si hubiese podido suponer que la Sra. de Stermaria no me concedería ningún favor aquella primer anoche, no me habría imaginado mi velada con ella de forma decepcionante. (p.399)
Finalmente, la Sra. de Stermaria cancela la cita:
...abrí el sobre. En la tarjeta: Vizcondesa Alix de Stermaria. Mi invitada había escrito: "Lo siento muchísimo, pero un contratiempo me impide cenar esta noche con usted en la isla del Bois. Lo esperaba como una fiesta. Le escribiré más por extenso desde Stermaria. Lo lamento. Con toda mi amistad." Me quedé inmóvil, aturdido por el choque que había recibido. A mis pies habían caído la tarjeta y el sobre, como el taco de un arma de fuego, cuando ha salido la bala. (p.403)
El estado de estupor al que la noticia arroja al narrador es, finalmente, interrumpido por la llegada sorpresiva de Robert de Saint-Loup:
De repente oí una voz:
"¿Se puede? Françoise me ha dicho que debías de estar en el comedor. venía a ver si querías que fuéramos a cenar juntos en algún sitio" (...)
Era Robert de Saint-Loup (...) He dicho lo que pienso (..) de la amistad: a saber, que es tan poca cosa, que me cuesta comprender que hombres de cierto genio -y, por ejemplo, un Nietzsche- hayan tenido la ingenuidad de atribuirle cierto valor intelectual y, por consiguiente, rechazar amistades que no fueran acompañadas de la estima intelectual. Sí, siempre me ha asombrado ver que un hombre que llevó la sinceridad consigo mismo hasta el extremo de separarse -por escrúpulo de conciencia- de la música de Wagner se imaginara que se pueda realizar la verdad en ese modo de expresión por naturaleza confuso e inadecuado que son, en general, acciones y, en particular, amistades y que pueda tener significado alguno nuestro abandono del trabajo para ir a ver a un amigo y llorar con él (...) En Balbec había llegado yo a considerar el placer de jugar con unas muchachas menos funesto para la vida espiritual, a la que menos permanece ajeno, que la amistad cuyo esfuerzo es enteramente el de hacernos sacrificar la única parte real e incomunicable -salvo mediante el arte- de nosotros mismos a un yo superficial, que no encuentra, como el otro, gozo en sí mismo, sino que experimenta un enternecimiento confuso al sentirse sostenido sobre puntales exteriores (...) Por lo demás, quienes desprecian la amistad pueden ser -sin ilusiones y no sin remordimientos- los mejores amigos del mundo (...) Cierto es que yo no pensaba precisamente en pedir a Saint-Loup (...) que volviera a mostrarme mujeres de Rivebelle (...) pero en el momento en que ya no sentía en mi corazón motivo alguno de felicidad, la entrada de Saint-Loup fue como una llegada de bondad, alegría, vida, que estaban fuera de mí seguramente, pero se ofrecían a mí, no deseaban otra cosa que estar en mí. (pp.405-407)

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