miércoles, 6 de febrero de 2013

Páginas 409-418

El narrador sale a comer con Saint-Loup y se entera de que este ha estado contándole algunos "secretos" a Bloch:
...Una sola cosa estuvo a punto de comprometer mi placer durante nuestra azarosa excursión, por el asombro irritado al que me arrojó por un instante. "Mira, he contado a Bloch", me dijo Saint-Loup, "que no lo apreciabas demasiado, que veías en él vulgaridades. Ya ves cómo soy, me gustan las situaciones meridianamente claras", concluyó, con expresión satisfecha y en un tono que no admitía réplica.  Yo estaba estupefacto. No sólo tenía la confianza más absoluta en Saint-Loup, en la lealtad de su amistad y él la había traicionado con lo que había dicho a Bloch, sino que me parecía que, además, deberían haberle impedido hacerlo sus defectos tanto como sus cualidades, en virtud de ese extraordinario grado de educación que podía llevar la cortesía hasta el extremo de cierta falta de franqueza. ¿Sería su expresión triunfante la que adoptamos para disimular un apuro confesando algo que no deberíamos -lo sabemos- haber hecho? ¿Revelaba inconsciencia? ¿Estupidez que erigía en virtud un defecto que yo no había visto aún en él? ¿Un acceso de mal humor pasajero contra mí que lo movía a abandonarme o un acceso de mal humor pasajero contra Bloch, a quien había querido decir algo desagradable, aun comprometiéndome? Por lo demás, su rostro estaba estigmatizado mientras me decía aquellas palabras vulgares, por una sinuosidad atroz que yo sólo había visto en él una o dos veces y que, recorriendo primero casi exactamente el centro de la cara, una vez llegado a los labios, los retorcía, les daba una expresión horrible de bajeza, casi de bestialidad totalmente pasajera y seguramente ancestral. (pp.410-411)
Mientras están comiendo reparan en que el príncipe de Foix está en el restaurante.
Pero el príncipe (...) pertenecía no sólo a aquel grupo elegante de unos quince jóvenes, sino también a un grupo, más cerrado e inseparable, de cuatro, del que formaba parte Saint-Loup. Nunca invitaban a uno sin el otro, los llamaban los cuatro gigolós, se los veía siempre juntos en el paseo, en los castillos, en los que les asignaban habitaciones comunicantes, por lo que corrían rumores -tanto más cuanto que eran todos muy guapos- sobre su intimidad. Yo pude desmentirlos de lo más categoricamente en lo relativo a Saint-Loup, pero lo curioso es que más adelante, si bien se supo que dichos rumores eran ciertos respecto de los cuatro, cada uno de ellos lo había, en cambio, ignorado enteramente sobre cada uno de los otros tres y, sin embargo, cada uno de ellos había procurado sin falta informarse sobre los otros, ya fuera para saciar un deseo o, mejor dicho, un rencor, impedir una boda o tener cogido al amigo descubierto. (pp.416-417)
Evidentemente, esta "revelación" nos recuerda de inmediato a la historia de los amigos de Charlus. Una vez más la novela de Proust opera por variaciones de un núcleo de historias que proliferan en capítulos completos.

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